El otoño en la Val d’Aran es sinónimo de cultura y tradición. Es una de las épocas del año en la que los ganaderos recogen la hierba de sus prados para generar la comida para el ganado durante los siguientes meses más fríos. El otoño también es la época de la trashumancia.
La trashumancia se define como un tipo de pastoreo en continuo movimiento, que se adapta a zonas de productividad cambiante. Por ejemplo, años atrás, los oscenses atravesaban los valles y llegaban a la Val d’Aran por la Artiga de Lin y dejaban allí su ganado para que éstos pastaran las hierbas de este valle de valles. En cambio, en la Val d’Aran, gracias a la abundancia de montañas y prados, no se practicaba la trashumancia sino que, en otoño, el ganado que estaba en las zonas más altas de las montañas, se bajaba a los prados y granjas antes de la llegada del invierno y la nieve. En primavera, al contrario, después del frío invierno aranés, con la llegada de los días más largos y temperaturas más altas, el ganado era conducido a las partes más altas de las montañas.
El otoño también es la época en las que se realizan las ferias ganaderas más importantes del territorio. Todas se llevan a cabo a finales de esta semana, entre el 6 y el 8 de octubre, fecha en la que se celebran las ferias ganaderas en los pueblos de Les, Vielha y Salardú. En estas ferias tradicionales, se exhiben los mejores ejemplares de las razas autóctonas de la Val d’Aran, entre las que destacan caballos, vacas, cabras y ovejas. Además, habitualmente se celebran concursos de ganado, y también hay lugar para la diversión, ya que se realizan actividades tradicionales agrícolas y ganaderas, además de mercados artesanales. Así, las ferias ganaderas son eventos perfectos para pasar el día en familia o con amigos. En el pueblo de Bossòst también se celebra la feria ganadera pero este año se ha trasladado al día 31 de octubre, dentro del calendario de actividades de Era Mongetada, del cual hablaremos en un próximo post.
Tradiciones agro-ganaderas en la Val d’Aran, patrimonio cultural y natural
Debido a la importancia de las ferias en el territorio y en la cultura de la Val d’Aran, entrevistamos a José Manuel Monge, director del Camping Verneda y payés de corazón.
¿Para qué sirven las ferias ganaderas?
Estas ferias sirven para exponer el ganado, compararlo con los de los demás payeses y también para fijar los precios de los animales, siempre según la oferta y la demanda del momento. También sirven para destacar a los animales más fuertes.
¿Cómo recuerdas las épocas de la trashumancia?
En la Val d’Aran no se practica la trashumancia, ya que no necesitamos movernos a otros valles porque tenemos montañas y prados suficientes como para abastecer a todos los animales. Pero lo que recuerdo de estas épocas son las largas horas en la montaña y la recogida de patatas y judías. Se recogían para abastecer a la familia durante todo el año, y lo que sobraba se vendía a otras familias. Pero no se vendía a cambio de dinero, sino que se trataba más bien de un trueque en el que se cambian patatas por latas de sardina o bacalao y botellas de aceite. Recuerdo estas épocas con mucha nostalgia.
¿Cuánto solíais tardar en bajar todo el ganado a los prados más bajos para después transportarlo a las ferias?
En el caso del pueblo de Arròs, se tardaba unas nueve horas en bajar los animales de las montañas. Se prolongaba la travesía unas cuatro horas en subir, recoger el ganado, y después bajar al pueblo. Era un día muy divertido, ya que entre los payeses se escogía a la vaca más fuerte, aquella que iba a dominar al resto del rebaño y lo conduciría a las cotas más bajas. Existía cierta rivalidad entre la gente del pueblo, pero una rivalidad sana, nada de malas caras.
Unos días antes de las ferias, los tratantes subían a las montañas para visitar a los ganados, y allí se decidían muchas veces cuáles iban a ser perfectos para vender e, incluso, se podría llegar a fijar el precio de una vaca o una oveja.
¿Cuál ha sido la evolución de la payesía en la Val d’Aran?
En estos momentos es casi inexistente. Se ha pasado de ordeñar y vivir de las vacas a vivir del turismo. Hoy en día hay muy pocos que se puedan dedicar únicamente a esto.
¿Qué es lo que echas de menos de esas épocas?
Echo de menos la unión de los pueblos y la colaboración que había entre los vecinos en todos los sentidos… Las reuniones en las montañas para subir el ganado eran momentos muy divertidos y de mucha unión. También recuerdo con especial añoranza la matanza del cerdo, que también se realizaba en otoño y suponía un momento de reunión entre los vecinos, amigos y familiares más cercanos. Esta tradición, además de ser uno de los mayores sustentos de las familias, ya que se aprovechaba todo, era un momento de reunión con los seres más queridos, y también ente los vecinos de los pueblos. Asimismo, recuerdo las rondas que hacíamos los payeses en los bares del pueblo una vez terminábamos la jornada.
¿Y en Arròs, había bares? Porque hoy en día no hay ninguno…
Sí. Si no recuerdo mal, había cuatro bares: Casa Jose Antonio, Es de Sauvador, Es de Penha, y otro que no recuerdo el nombre. Se solía hacer la ruta de los cuatro bares, en cada uno de ellos tomábamos ‘barreja’, una mezcla de moscatel y anís o moscatel y ron.
Aunque parezca mentira, tal como están los pueblos de despoblados hoy en día, también venían malabaristas y payasos. ¡Había mucha vida en los pueblos de antaño!
¿Por qué dejaste la ganadería?
Porque no se podía subsistir Yo tenía un mínimo de 25 vacas y resultaba muy difícil trabajar en la montaña, no sólo por las condiciones meteorológicas, ya que somos gente de los Pirineos y eso no nos importaba, pero era prácticamente imposible subir maquinaria a la montaña. Y poco a poco, el turismo fue ganando terreno y convirtiéndose en algo mucho más rentable. Por eso decidí montar el Camping Verneda, ya que, por aquel entonces, la oferta turística estival en Aran era casi inexistente.
Pero una de las consecuencias de este cambio de tendencia fue el abandono de los pueblos y de su entorno que vemos hoy en día. Antes se trabajaba la tierra, la Val d’Aran estaba verde y cuidada. Hoy en día, con la falta de payeses y, sobre todo, la falta de dedicación, la mayoría de los prados de Aran se encuentran descuidados. Por ejemplo, este verano, en el que hemos sufrido un poco de sequía, los prados descuidados suponen un problema, ya que es muy fácil que ardan y que se quemen nuestras montañas.
Desde aquí, me gustaría hacer un llamamiento a las autoridades e instituciones de la Val d’Aran para que ayuden y colaboren en la preservación del paisaje aranés. Por ejemplo, en países como Suiza o Austria, las instituciones públicas dan subvenciones a los payeses para que se pueda mantener y conservar un entorno paisajístico y turístico adecuado. ¿Por qué no tomar estos países de referencia para ver nuestro valle de valles cuidado?
Después del gran sacrificio que han hecho generaciones anteriores, no debemos permitir que su huella se pierda para siempre. No abogo por una vuelta al pasado, sino una modernización racional de las explotaciones en base a los sistemas tradicionales entre las cuales cabe destacar formas de explotación de bosques y matorrales adaptadas a las condiciones de montaña y la posible comercialización de la producción forestal (biomasa y otras producciones madereras que puedan reactivar las serrerías) y la bonificación de tasas y cánones que gravan las actividades de pastoreo, reconociéndolo como labor medioambiental.
En nuestras manos está la preservación de las montañas de Aran: nuestros paisajes constituyen un elemento importante del patrimonio cultural y natural.